domingo, 8 de julio de 2018

MI GRAN AMOR POR JESÚS ME CONDUJO AL ISLAM (PARTE 2)


En 1977 llegué a los Estados Unidos para iniciar mis estudios universitarios. Comencé asistiendo a una escuela para aprender inglés donde conocí a personas de diferentes orígenes y religiones. En esa escuela de Seattle, Washington, compartí habitación con un saudí que seguía estudios de maestría: Fouad, creo que se llamaba… Un día, Fouad me preguntó si no tenía inconveniente en que rezara en la habitación. Le contesté que no. Me sorprendió ver rezar por vez primera a un musulmán. Antes de comenzar la oración se lavó las manos y se enjuagó la boca. Seguidamente, se lavó la cara y los antebrazos1 en el pequeño lavamanos del aseo interior de nuestra habitación. Desde luego era la primera vez que veía a alguien lavarse los pies en un lavamanos… Me quedé embelesado observando la secuencia de sus movimientos al orar. Se levantaba, se arrodillaba y finalmente se postraba rozando el suelo con la frente. Nosotros, en la iglesia, solo nos arrodillábamos y rezábamos. Pero lo de Fouad era diferente. Poco después se mudó de habitación y no volví a ver orar a un musulmán durante meses. En la escuela donde aprendía inglés los recesos eran aprovechados por los estudiantes de diferentes países para reunirse a charlar. Recuerdo bien una de aquellas charlas en torno al origen de las religiones. “Rezáis como rezáis - comenté llegado un momento de la discusión- no más porque tal es el modo en que vuestros antepasados lo hacían”. Después añadí que sus antepasados adoraban el sol y las estrellas, y que tales emociones se habían transmitido, de generación en generación, hasta hoy. Comenzaba así a dudar sobre el origen de la fe en Dios, aunque mis profundas creencias cristianas me libraron de caer en el ateismo. Un día, visitando una mezquita, observe a un nutrido grupo de personas que oraban de igual modo que había visto hacer a Fouad. Aunque el suelo estaba gélido, permanecían todos sentados y eso me animó a quedarme a oír lo que el imán tenía que decir. Se llamaba Jamil AbdulRazzaq, era iraquí, y platicaba en inglés sobre la maledicencia. Recuerdo la suya como una voz poderosa y plena de pasión. Miraba a los asistentes como si supiera de alguno calumniador al que no quería señalar directamente. Seguro que pretendía que todos los maledicentes se sintieran culpables por igual. Aquel mismo día recibí un paquete con publicaciones en torno a diversos temas. Entre ellas había una que abordaba el estudio del Islam y el Cristianismo desde un punto de vista comparativo. Me tomó mucho tiempo leer aquello: al fin y al cabo, a la sazón yo no era más que un novato de la Oklahoma State University. Pero fue a través de ese estudio comparativo como tomé conciencia de que tanto el Islam como el mensaje de Jesús son por igual producto de la revelación divina. El Mesías dijo que su mensaje no era suyo, sino de Dios: “Porque yo no he hablado por mi cuenta, sino que el Padre que me ha enviado me ha mandado lo que tengo que decir y hablar.” (San Juan 12:49). De igual modo, la revelación que Muhammad, el enviado de Dios, sobre él la paz y la bendición, transmitió a toda la humanidad provenía también de Allah por conducto del ángel Gabriel: “Y en verdad que ésta es la revelación del Señor del universo. El Espíritu Fiel [el ángel Gabriel] descendió con ella hasta tu corazón para que adviertas.” (Qur’an 26: l92-194) Así pues, la autenticidad de una religión y su origen divino dependen en gran medida de hasta qué punto lo revelado por Dios a la humanidad ha sido transmitido de manera exacta. Dicho de otro modo, una religión será perversa en la medida en que lo revelado a los profetas no haya sido en ella transmitido fielmente. Si algo se omitió o se cambió, es casi seguro que la esencia del mensaje original se habrá perdido para siempre. Por tanto, si queremos ser justos y objetivos en nuestras valoraciones deberemos determinar hasta qué punto los Evangelios y el Corán están libres de adulteraciones, adiciones o supresiones. Ya que el objetivo es transmitir la verdad al estimado lector, y considerando que a veces, un relato personal de sucesos no atrae a cierta gente, lo que encuentra en este libro es un resumen sobre la comparación del Cristianismo e Islam – las dos mayores religiones influyentes en el mundo con el mayor número de fieles de todas las razas y naciones. Después de ello, continuaré narrando acontecimientos desde mi personal experiencia. Ese es nuestro propósito principal con este libro. Por ello, lector, si buscas la verdad, espero que Allah te ilumine a través de él.



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