En 1977 llegué a
los Estados Unidos para iniciar mis estudios universitarios. Comencé asistiendo
a una escuela para aprender inglés donde conocí a personas de diferentes
orígenes y religiones. En esa escuela de Seattle, Washington, compartí
habitación con un saudí que seguía estudios de maestría: Fouad, creo que se
llamaba… Un día, Fouad me preguntó si no tenía inconveniente en que rezara en
la habitación. Le contesté que no. Me sorprendió ver rezar por vez primera a un
musulmán. Antes de comenzar la oración se lavó las manos y se enjuagó la boca.
Seguidamente, se lavó la cara y los antebrazos1 en el pequeño lavamanos del
aseo interior de nuestra habitación. Desde luego era la primera vez que veía a
alguien lavarse los pies en un lavamanos… Me quedé embelesado observando la
secuencia de sus movimientos al orar. Se levantaba, se arrodillaba y finalmente
se postraba rozando el suelo con la frente. Nosotros, en la iglesia, solo nos
arrodillábamos y rezábamos. Pero lo de Fouad era diferente. Poco después se
mudó de habitación y no volví a ver orar a un musulmán durante meses. En la escuela
donde aprendía inglés los recesos eran aprovechados por los estudiantes de
diferentes países para reunirse a charlar. Recuerdo bien una de aquellas
charlas en torno al origen de las religiones. “Rezáis como rezáis - comenté
llegado un momento de la discusión- no más porque tal es el modo en que
vuestros antepasados lo hacían”. Después añadí que sus antepasados adoraban el
sol y las estrellas, y que tales emociones se habían transmitido, de generación
en generación, hasta hoy. Comenzaba así a dudar sobre el origen de la fe en
Dios, aunque mis profundas creencias cristianas me libraron de caer en el
ateismo. Un día, visitando una mezquita, observe a un nutrido grupo de personas
que oraban de igual modo que había visto hacer a Fouad. Aunque el suelo estaba
gélido, permanecían todos sentados y eso me animó a quedarme a oír lo que el
imán tenía que decir. Se llamaba Jamil AbdulRazzaq, era iraquí, y platicaba en
inglés sobre la maledicencia. Recuerdo la suya como una voz poderosa y plena de
pasión. Miraba a los asistentes como si supiera de alguno calumniador al que no
quería señalar directamente. Seguro que pretendía que todos los maledicentes se
sintieran culpables por igual. Aquel mismo día recibí un paquete con
publicaciones en torno a diversos temas. Entre ellas había una que abordaba el
estudio del Islam y el Cristianismo desde un punto de vista comparativo. Me
tomó mucho tiempo leer aquello: al fin y al cabo, a la sazón yo no era más que
un novato de la Oklahoma State University. Pero fue a través de ese estudio
comparativo como tomé conciencia de que tanto el Islam como el mensaje de Jesús
son por igual producto de la revelación divina. El Mesías dijo que su mensaje
no era suyo, sino de Dios: “Porque yo no he hablado por mi cuenta, sino que el
Padre que me ha enviado me ha mandado lo que tengo que decir y hablar.” (San
Juan 12:49). De igual modo, la revelación que Muhammad, el enviado de Dios,
sobre él la paz y la bendición, transmitió a toda la humanidad provenía también
de Allah por conducto del ángel Gabriel: “Y en verdad que ésta es la revelación
del Señor del universo. El Espíritu Fiel [el ángel Gabriel] descendió con ella
hasta tu corazón para que adviertas.” (Qur’an 26: l92-194) Así pues, la
autenticidad de una religión y su origen divino dependen en gran medida de
hasta qué punto lo revelado por Dios a la humanidad ha sido transmitido de
manera exacta. Dicho de otro modo, una religión será perversa en la medida en
que lo revelado a los profetas no haya sido en ella transmitido fielmente. Si
algo se omitió o se cambió, es casi seguro que la esencia del mensaje original
se habrá perdido para siempre. Por tanto, si queremos ser justos y objetivos en
nuestras valoraciones deberemos determinar hasta qué punto los Evangelios y el
Corán están libres de adulteraciones, adiciones o supresiones. Ya que el
objetivo es transmitir la verdad al estimado lector, y considerando que a
veces, un relato personal de sucesos no atrae a cierta gente, lo que encuentra
en este libro es un resumen sobre la comparación del Cristianismo e Islam – las
dos mayores religiones influyentes en el mundo con el mayor número de fieles de
todas las razas y naciones. Después de ello, continuaré narrando
acontecimientos desde mi personal experiencia. Ese es nuestro propósito
principal con este libro. Por ello, lector, si buscas la verdad, espero que
Allah te ilumine a través de él.
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