Los cuatro
evangelios conocidos como de Mateo, Marcos, Lucas y Juan se encuentran en la
sección de la Biblia denominada “Nuevo Testamento”. Fueron escritos entre los
años 70 y 115 d.C. (es decir, décadas después de que el Mesías dejara de estar
entre nosotros) y están basados en documentos de los que no ha quedado ni
rastro. El Evangelio según Marcos fue el primero escrito en Roma y se redactó
al menos cuarenta años después de que Jesús desapareciera. El de Mateo se
escribió en griego aproximadamente en el año 90 d.C.; el de Lucas, también en
griego, sobre el año 80 d.C. Los tres forman el grupo que se conoce como
“evangelios sinópticos”, pues se basan en los mismos documentos perdidos a los
que aludía antes. El Evangelio según Juan1 , sin embargo, encierra notables
diferencias con los anteriores. Es en este último en el que se afirma la
divinidad y preexistencia de Jesús, pese a que él jamás dijo nada parecido. El
Evangelio según Juan se compuso entre los años 110 y 115 d.C. Los evangelios se
escribieron tras la división de los discípulos en diferentes tendencias para
dotar de soporte teórico las necesidades prácticas de la comunidad. Aunque se
procuró basarlos en relatos transmitidos por la tradición, lo cierto es que,
sirviendo como lo hacían a los intereses particulares de sus autores, no se
puso un especial empeño en mantener el mensaje original libre de adiciones,
recortes y manipulaciones. El Corán lo afirma con meridiana claridad y hoy,
catorce siglos después, un gran número de teólogos cristianos así lo reconoce.
Cabe destacar que los cuatro citados no fueron los únicos evangelios compuestos
en los siglos siguientes a que Jesús desapareciera de entre nosotros. Hubo
muchos: el Evangelio de Jacob, el de Pedro, el de Tomás, el de Felipe o el de
Bernabé, entre otros. El Evangelio de los Hebreos, por ejemplo, compuesto en la
misma lengua que hablaba Jesús, el que utilizaban los habitantes de Nazaret,
niega la divinidad del Mesías, al que considera un gran profeta de Dios, pero
no más que eso. En los cuatrocientos años que siguieron a la desaparición de
Jesús, los evangelios de Marcos, Mateo, Lucas y Juan fueron incluidos entre los
textos principales que componen el corpus de la Biblia. La Iglesia declaró
canónicos estos cuatro evangelios y herético cualquier otro. Desde entonces
esos cuatro evangelios fueron considerados “Palabra de Dios”, aunque ello no
fue óbice para que se les continuaran introduciendo cambios. Como resultado,
los evangelios canónicos se encuentran corruptos. Es evidente: ¿Cómo si no cabe
explicarse que cada dos por tres vean la luz ediciones diferentes y
contradictorias con las anteriores? Entre los numerosos factores que debemos
tomar en consideración al analizar el grado de autenticidad y fidelidad al
mensaje original de los cuatro evangelios canónicos se cuentan:
1. Del Evangelio original revelado por Dios a
Jesús al que hacen referencia tanto el Corán como los evangelios conservados1
no ha quedado ni rastro.
2. Las primeras recopilaciones de las
enseñanzas de Jesús, registradas por escrito muy poco tiempo después de su
ascensión a los cielos, también se han perdido.
3. Los Evangelios se escribieron entre setenta
y ciento quince años después de los acontecimientos que narran y se basan en
documentos perdidos; su contenido ha sido sometido a notables manipulaciones.
4. Ninguno de los compiladores de los
evangelios conocidos vio a Jesús, escuchó de viva voz sus palabras o fue
testigo presencial de lo narrado.
5. Los evangelios fueron compuestos en griego,
mientras que Jesús hablaba arameo.
6. Los
evangelios y la mayoría de las epístolas que hoy conocemos fueron sancionados
en el siglo IV d.C. (concretamente en el año 325) por una minoría de miembros
del Concilio de Nicea. Antes del año 325 los evangelios, carentes de toda
autoridad canónica, fueron alterados por copistas de las diferentes sectas y
grupúsculos cristianos en consonancia con sus intereses y caprichos personales.
7. La mayoría de los textos que integran lo
que hoy conocemos como los evangelios se debe a la pluma de Pablo y sus
discípulos. Pablo, que nunca vio a Jesús ni jamás lo oyó predicar, fue un
señalado enemigo del mensaje del Mesías, a cuyos discípulos asesinaba,
confinaba en mazmorras (Hechos 8:3 y 9:1-2) o los forzaba a calumniar al
Maestro (Hechos 26:11). Sin embargo, tras su “conversión”, “procuraba unirse a
los discípulos, mas todos se temían de él no creyendo que fuese discípulo;
hasta tanto que Bernabé tomándolo consigo lo llevó a los apóstoles."
(Hechos 9:26-27) Después de que, aseguraba, Jesús se le apareciera y le hablara
camino a Damasco (Hechos 9:3-8), aunque no pudiera aportar de ello testigos ni
pruebas de ninguna clase1 , de la noche a la mañana se convirtió en el portavoz
oficial de Jesús, aquel al que el Mesías había designado para predicar al
mundo: una designación, por cierto, para la que tampoco aportaba pruebas
(Hechos 9:3-6)1 . Pablo comenzó a acusar a los discípulos y a aquellos que “no
creían que él fuese un discípulo” de andar errados en la fe (Epístola I a
Timoteo 6:20-21). De Bernabé, que tan bueno y compasivo trato le había
dispensado, se dice que “fue inducido por ellos a usar de la misma simulación.”
(Galatas 2:13) Para completar el círculo, Pablo se arrogó el derecho a propagar
ideas contradictorias con las enseñanzas del Mesías, que no había venido sino a
completar la Ley (Hechos 21:20 y Romanos 7:6)2 . Incluso “quería éste [Pablo]
salir a presentarse en medio del pueblo, mas los discípulos no se lo
permitieron” (Hechos 19:30): no sorprende, pues, que afirmara que “todos los
naturales de Asia se han apartado de mí” (Epístola II a Timoteo 1:15) y que “en
mi primera defensa nadie me asistió, antes todos me desampararon.” (Epístola II
a Timoteo 4:16)
8. Los
más antiguos manuscritos de la Biblia conservados son el Codex Vaticanus, el
Codex Sinaiticus y el Codex Alexandrinus, todos ellos fechados entre los siglos
IV y V d.C. No es posible establecer con exactitud los cambios introducidos en
los evangelios con anterioridad a esas fechas, siempre teniendo en cuenta, por
supuesto, que los evangelios se escribieron en griego y Jesús hablaba arameo.
9. Las
discrepancias que se observan en los manuscritos conservados de los siglos IV y
V son muy notables en diversos puntos1.
10. Los Evangelios y las Epístolas contienen
numerosos errores y contradicciones1 . Además, no existe un nexo de unión
probado de los mismos con sus supuestos autores. Con todo ello disponemos de
pruebas más que suficientes para aseverar de manera categórica que el Evangelio
original de Jesús, tal y como le fue revelado por Dios, no es lo que ha llegado
hasta nosotros. Se concluye, pues, que los cuatro evangelios y las epístolas
que hoy hallamos en la Biblia no pueden considerarse similares o equivalentes
al Evangelio revelado por Dios a Jesús. Para abundar en la demostración valgan
como muestra los siguientes ejemplos: La moderna doctrina cristiana se basa en
el Nuevo Testamento. Pero el Nuevo Testamento ha sido sometido a tantos cambios
que prácticamente no hay una edición nueva que se pueda calificar de igual a la
anterior. Además, se trata de cambios tan sustanciales que afectan a las raíces
mismas de la doctrina cristiana. Por ejemplo, las dos únicas fuentes
evangélicas en torno a la ascensión de Jesús a los cielos han sido suprimidas.
Concretamente nos referimos a los siguientes pasajes de Marcos y Lucas:
cielo y allí está
sentado a la diestra de Dios.” (Marcos 16:19) “Y mientras los bendecía se fue
separando de ellos y elevándose al cielo.” (Lucas 24:51). El pasaje de Marcos
ha sido sencillamente eliminado junto a todo su contexto. El de Lucas, si bien
no ha desaparecido del todo, ha quedado como sigue: “Y mientras los bendecía se
fue separando de ellos”, donde las palabras “elevándose al cielo” se han
evaporado. Veamos algunos otros ejemplos. En Mateo 16:27-28 leemos: “Ello es
que el Hijo del hombre ha de venir revestido de la gloria de su Padre
acompañado de sus ángeles a juzgar a los hombres; y entonces dará el pago a
cada cual conforme a sus obras. En verdad os digo que hay aquí algunos que no
han de morir antes de que vean al Hijo del hombre aparecer en el esplendor de
su Reino.” Evidentemente la profecía no se cumplió. Habemos pues de concluir
que se trata de un error de Mateo, pues en caso contrario sería una mera
engañifa de Jesús y el Mesías, como profeta verdadero de Dios, no incurría en
engaños. Pero es que Mateo en una misma página dice una cosa y completamente su
contraria. Así, refiriendo la opinión que Pedro le merecía al Mesías, pone en
sus labios: “Y Jesús, respondiendo, le dijo: Bienaventurado eres Simón, hijo de
Jonás, porque no te ha revelado eso carne y sangre… Tú eres Pedro… Y a ti te
daré las llaves del Reino de los Cielos; y todo lo que atare sobre la tierra
será también atado en los cielos; y todo lo que desatare sobre la tierra será
también desatado en los cielos.” (Mateo 16:17- 19). Sin embargo, apenas unos
versículos más abajo (Mateo 16:23) leemos: “Pero Jesús vuelto a él le dijo:
Quítateme [le habla a Pedro] de delante Satanás que me escandalizas; porque no
tienes conocimiento ni gusto de las cosas de Dios, sino de las de los hombres.”
Pensemos ahora en los sucesos relativos a la supuesta crucifixión de Cristo.
Los evangelios se contradicen en este punto de manera flagrante y de principio
a fin. Así, Mateo 27:44 afirma: “Y eso mismo le echaban en cara los ladrones
que estaban crucificados en su compañía”. En efecto, no cabe duda de que los
dos ladrones están insultando a Jesús. Sin embargo, en Lucas 23:39-40 leemos:
“Y uno de los ladrones que estaban crucificados blasfemaba contra Jesús
diciendo: Si tú eres el Cristo o Mesías sálvate a ti mismo y a nosotros. Mas el
otro le respondía diciendo: ¿Cómo, ni aun tú temes a Dios estando como estás en
el mismo suplicio?”, donde tampoco cabe duda de que uno de los ladrones lo
insulta, mientras que el otro lo defiende. En fin, los errores y
contradicciones son innumerables. Y no son solo cosa del Nuevo Testamento:
también los hallamos en el Antiguo1 . Por ejemplo, en Reyes II 8:26 leemos:
“Ocozías tenía veintidós años cuando comenzó a reinar, y reinó un año en
Jerusalén”, lo que contradice Crónicas II 22:2: “Ocozías tenía cuarenta y dos
años cuando comenzó a reinar”. Otro ejemplo: Reyes III 24:8 afirma: “Dieciocho
años tenía Joaquín cuando comenzó a reinar, y reinó tres meses en Jerusalén”,
mientras que en Crónicas II 36:9 leemos: “Joaquín tenía ocho años cuando empezó
a reinar, y reinó tres meses y diez días en Jerusalén.”
Otro. Samuel II 23
afirma que “Mical, la hija de Saúl, no tuvo hijos hasta el día de su muerte”,
lo que contradice Samuel II 21:8: “Pero tomó a Armoní y Meribaal, los dos hijos
que Rispá, hija de Aiá, había tenido con Saúl, y los cinco hijos que Mical,
hija de Saúl, había tenido con Adriel, hijo de Barzilai, el de Mejolá.” A ver,
¿Mical murió sin hijos o dio a luz cinco? Para resolver la incongruencia el
nombre Mical, que aparece tanto en la King James como en la New World
Translation de los Testigos de Jehová, ha sido reemplazado en la New Standard
American Version de 1973 por el de Merab. También el Antiguo y el Nuevo
Testamento se contradicen; por ejemplo, en lo relativo a la visión de Dios.
Así, según Juan 1:18, “A Dios nadie lo ha visto jamás”, lo que se confirma en
la Epístola I de Juan 4:12 pero es completamente contradictorio con Génesis
32:30, donde Jacob afirma haber mirado a Dios a la cara: “Vi a Dios cara a
cara, y fue librada mi alma”; con Éxodo 33:11, donde se nos viene a decir que
el Señor le habló a Moisés cara a cara como quien mantiene una amigable charla
con un amigo, y también desde luego con Éxodo 24: 9-11: “Y subieron Moisés y
Aarón... y vieron a Dios, y comieron y bebieron.” Y otro ejemplo más. En Juan
3:13 leemos: “Ello es así que nadie subió al cielo, sino aquel que ha
descendido del cielo, el Hijo del hombre, que está en el cielo”. Pero Génesis
5:24 afirma: “Camino, pues, Enoch con Dios, y desapareció, porque lo llevó
Dios”, y Reyes II 2:1: “Esto es lo que sucedió cuando el Señor arrebató a Elías
y lo hizo subir al cielo en el torbellino.” Aclaremos el asunto: entonces, ¿a
los cielos subió solo Cristo o también Enoch y Elías?
Todo ello sin
contar con que existen numerosas versiones diferentes del Antiguo Testamento:
la hebrea, la griega, conocida como Septuaginta, y la samaritana por ejemplo. Y
sin contar con que buena parte de los verdaderos autores de los libros que
componen el Antiguo Testamento nos son completamente desconocidos. Así lo
confirma, sin ir más lejos, la introducción de la versión francesa de la
Biblia, en la que leemos: “Los diferentes libros que componen la Biblia son
obra, en su mayoría, de autores reconocidos como la voz de Dios entre los
suyos, pero muchos de los cuales han permanecido en el anonimato”. El Islam, en
una postura rigurosamente justa, mantiene que en la Biblia se mezclan verdad y
falsedad, y el criterio para distinguir ambas no es otro que el Sagrado Corán y
la Sunna del Profeta Muhammad, Dios lo bendiga y salve. En definitiva, cuanto
en la Biblia sea acorde con el Corán y la Sunna será tenido por cierto. Y
viceversa: cuanto no lo sea, será tenido por falso. Si en la Biblia, por
último, se alude a algo y en el Corán y la Sunna no, entonces no podremos
juzgarlo. Creer con un convencimiento pleno en el mensaje original revelado por
Dios a Abraham, a Moisés, a David, a Jesús o a cualquier otro profeta, con
todos ellos sea la paz, es parte sustancial de la fe: sin ese pío
convencimiento no serás musulmán.
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